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Irregularities — Lapidus H. Gershwin

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Irregularities — Lapidus H. Gershwin Empty Irregularities — Lapidus H. Gershwin

Mensaje por Administración 24.02.21 9:32

6 de marzo del 2024 — Por la tarde
Residencia habitual de los Gershwin


La dirección que venía en la tarjeta que Lapidus le había entregado no era aquella, sino la del banco de Gringotts. Sin embargo, como era obvio, Adrien no podía personarse en uno de los establecimientos más seguros de Londres así como así. Podría haberse hecho pasar por otra persona utilizando una poción multijugos, pero aquella siempre era su última opción; tal vez era cosa del orgullo intrínseco que lo había encasillado en Slytherin en su momento, pero Adrien siempre se decantaba por actuar a rostro descubierto y con el mentón bien alto antes que tener que fingir ser quien no era. No le importaba que las cosas se tornaran innecesariamente más complicadas así, porque al final siempre se salía con la suya, costara lo que costase.

Por suerte o por desgracia, no estaba solo en aquel embrollo. La parte buena era que gracias a eso había podido dar con la residencia familiar de Lapidus sin demasiados problemas. La parte mala era que era precisamente por culpa de esa compañía, más conocida como Lucille Alpert, que Adrien llevaba varias horas aguardando en las sombras de una calle cercana a la espera de que el director del banco regresara a casa tras su jornada laboral.

Miró a su alrededor para asegurarse de que estaban solos en cuanto distinguió la silueta del hombre recortarse en el extremo opuesto de la calle. Al comprobar que no había más testigos que sus sombras, salió de su escondite con aire casual, como si simplemente pasara por allí caminando, aunque midió sus pasos para cruzarse con Lapidus a pocos metros de la entrada de su vivienda.

—Señor Gershwin, buenas tardes —lo llamó cuando quedaron lo suficientemente próximos como para que pudiese escucharlo sin necesidad de levantar la voz, y se detuvo esperando que el otro hombre lo reconociese e hiciera lo propio. Había pasado poco menos de dos semanas desde su primer encuentro; esperaba que no lo hubiese olvidado tan pronto.


Última edición por Administración el 10.03.21 9:20, editado 4 veces
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Irregularities — Lapidus H. Gershwin Empty Re: Irregularities — Lapidus H. Gershwin

Mensaje por Administración 24.02.21 9:33

«Las cosas que hace uno por no escuchar a su mujer»

Caminar por la calle no era una de sus actividades favoritas. Hacerlo tenía serias desventajas y grandes peligros: podía ser atropellado por un coche, secuestrado a la vuelta de la esquina, infectado por un virus o desvalijado en una calle vacía. Además, perdía tiempo y normalmente se encontraba con gente en el vecindario a la que le gustaba evitar por norma general. Tenía el dinero suficiente como para para tener contratado un chófer a tiempo completo que le llevase y le llevase del trabajo a casa. ¿Por qué no lo hacía? Por una absurda recomendación médica. Rossilyn no había parado hasta que Lapidus no se comprometió a andar por lo menos media hora al día, todo en nombre de una artritis reumatoide.

El caso era que aún no le había cogido el gusto a ese nuevo hábito. Llevaba haciéndolo desde septiembre y todavía tenía que hacer grandes esfuerzos para no pedir un taxi. Si lo hacía era solo por no escuchar a la irritante de su mujer quejándose y profetizando su muerte temprana por no cuidarse. Era absurdo. Todos los días se exponía a los peligros directos que suponía caminar por la calle para no sufrir el peligro -más lejano- hipotético del dolor de huesos.

Y si algo más tenía en contra de aquello, era que en pleno marzo la vuelta a casa era ya de noche. Lo ideal para los delincuentes que querían atracarle desde las sombras. Por eso mismo no vio a Adrien acercarse hasta él. Solo cuando la figura estaba a escasos dos metros le avistó, y hasta que no le mencionó no le reconoció del todo.

Sin esconder su sorpresa, miró a Tynan de arriba a abajo. Se acordó de que aquel hombre no le había resultado tan desagradable como la mayoría, y mantuvo la calma en su interior. Entendió en una fracción de segundo que, evidentemente, algo quería y que no era casualidad que pasase por allí. Por eso siguió caminando con aire distinguido hasta el portón de su casa. Podían estar observándoles—. Buenas tardes, señor Tynan. Mi despacho es un buen lugar para hablar —. Tampoco era la primera persona que se había presentado así en su casa, de manera fortuita. Estaba casi acostumbrado a ese tipo de presentaciones. El banco solía ser un mal lugar para hablar cuando te habías metido en un apuro. Sacó las llaves de su bolsillo y dejó que ellas solas abriesen la puerta, levitando. La puerta se abrió con un sonido eléctrico sin necesidad de tocarla. Las llaves volvieron por su cuenta al bolsillo del mago, mientras que él daba un paso hacia atrás—. Entre usted primero. Pase sin miedo.

Suponía que aquel hombre quería algo, claro, pero no iba a darle la espalda. No era recomendable dársela a nadie si no sabías a ciencia cierta que no te iba a clavar un puñal.
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Mensaje por Administración 24.02.21 9:33

Adrien aguantó el escrutinio del director de Gringotts con toda la estoicidad que fue capaz de reunir a pesar de que, en lo más profundo de su ser, confiaba en que la pobre iluminación de la calle disimulara su ropa ajada y desgastada de tanto uso y le confiriese mejor aspecto del que tenía. Se había «arreglado» para el encuentro, pero no podía hacer milagros cuando la mejor ropa que tenía había pasado meses escondida debajo de unos tablones de madera en la Casa de los Gritos. Podría no haberse tomado tantas molestias, pero quería que Gershwin se formase una buena impresión de él para que así fuese más sencillo obtener su colaboración.

Le agradó escuchar su apellido en boca de Lapidus; lo recordaba, después de todo. Y no solo eso, sino que además, sin un instante de vacilación, dejó que sus llaves abrieran la puerta principal y lo invitó a pasar a la vivienda. Adrien dudaba que aquel hombre pecase de un exceso de confianza en el resto de personas, así que supuso que habría adivinado sus intenciones y, aun así, se mostraba colaborativo. O por lo menos dispuesto a escuchar lo que tuviese que decir.

Obedeció a Lapidus con presteza, secretamente temeroso de que cambiara de opinión si dudaba demasiado, aunque aparentando confianza con cada paso que lo adentraba en la residencia Gershwin. Una vez en el pasillo interior, se apartó hacia un lado para esperar a que el propietario se pusiese a su altura. Estuvo a punto de iniciar la conversación allí mismo, pero lo descartó al darse cuenta de que parecería desesperado si hacía algo similar.

—Usted dirá —indicó mientras señalaba hacia delante, pidiéndole con el gesto que lo guiara hacia el despacho del que había hablado.
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Mensaje por Administración 24.02.21 9:34

Tomó aire y entró después de Tynan en su casa. Con movimientos secos y silenciosos subió el escalón del porche de la casa y dejó que el chico siguiese entrando el primero. Uno no podía fiarse ni de su sombra. No había querido nunca escolta porque se definía aún fuerte y cuidadoso como para aguantar un asalto imprevisto.

La oscuridad del exterior contrastó con el fogonazo del interior. Cuando llegaron al recibidor a Lapidus le sorprendió que estuviese la luz encendida, normalmente en el recibidor solo había una lamparilla enchufada. Se situó a la altura del joven y no le dedicó una mirada, sino que miró con la cabeza torcida hacia el final del pasillo. Sin ningún parpadeo movió los ojos de esquina a esquina del recibidor hasta encontrarse con lo que andaba buscando. Sus suposiciones eran ciertas. Sin poder evitarlo, sonrió sinceramente. No con maldad ni con presunción, sino con verdadera alegría. Ahí estaba el motivo de que estuviesen más luces encendidas de la cuenta: un pequeño abrigo rosa descansaba sobre una silla. Casi a la vez que el nombre de Olivia sonaba en su cabeza, unos pasos apresurados sonaron por el pasillo.

— Me temo que tenemos visita. Tendré que saludar antes a los invitados antes de tratar ningún tema. Espero que no se impaciente—movió la cabeza en dirección al joven amigo. El rostro de Lapidus había dejado de ser frío y calculador, algo brillaba en sus ojos. Una expresión cálida se transmitía tras sus gafas redondas y su mirada inquietante—. Se los presentaré muy gustoso...

— ¡Abuelooooooooooo! —una voz infantil no le dejó terminar. El ambiente de la habitación cambió de súbito. La tensión palpable por el compromiso por el que le visitaba Adrien se rebajó hasta el punto de que toda la atención se recondujo hacia la alegre niña de casi cuatro años que venía corriendo por el pasillo. Antes de que pudiese pararla nadie, se agarró a la pierna del banquero con mucho cariño—. Llevo tres horas.

Esperándote, supuso Lapidus que era el final de la frase, que con frecuencia olvidaba decir. Por primera vez en el día se quitó sus preciados guantes -ambos volaron hacia el perchero solos- junto con el abrigo. Se agachó para coger a la niña pequeña con una energía juvenil fuera de sí. Notó en ese momento la artritis reumatoide con la que tanto le había amenazado su mujer. Cuando cogía a Olivia en brazos sí que notaba las profecías del médico. Ya no estaba para esos esfuerzos. Pero como sarna con gusto no pica, elevó a la niña hasta su altura y ella se agarró al cuello. Le dio dos besos en las mejillas. Tenía unos rizos marrones intensos que parecían sacados de una sesión fotográfica— Te voy a presentar a un socio, Olivia. Se llama Adrien—. Giró a la niña para que pudiese verse cara a cara con el fugitivo. En efecto, se había dado cuenta del aspecto dejado del muchacho, pero no le dio más importancia de la debida. La niña, bien educada, alargó la mano hacia Tynan para que se la estrechase, como había aprendido que hacían los mayores—. Hola Adrien. Soy Olivia. Tengo tres años y once meses.
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Mensaje por Administración 24.02.21 9:34

Adrien no dio menor importancia a que el interior de la vivienda estuviese iluminado, pero sí que se tensó como la cuerda de un arco cuando escuchó a Lapidus anunciar el motivo. Una visita inesperada era un cabo suelto con el que el joven fugitivo no contaba, y le preocupaba que dicha visita fuese alguien del otro bando, tal vez un auror o algo similar, que estuviese familiarizado con los carteles de «se busca». Notó que el corazón se le desbocaba, aunque mantuvo la templanza durante los segundos que tardó en girarse para mirar a Lapidus y ver la extraña expresión que se había apoderado de su rostro. Parecía… ¿feliz?

Antes de que Adrien pudiese sacar más conclusiones, una voz aguda llegó a sus oídos y, momentos después, una niña se aferraba a la pierna del director de Gringotts, a quien había llamado abuelo. Aquella aparición inocente, si bien hizo que Adrien se relajara un poco, no logró que la tensión desapareciese completamente. Lidiar con niños no era necesariamente más fácil que lidiar con aurores; con eso último, Adrien al menos tenía experiencia.

Cuando Lapidus tomó a la niña en brazos y se la mostró, el muchacho se obligó a sonreír, aunque la expresión no alcanzó su mirada en ningún momento. Tragó saliva para humedecerse la garganta, reseca tras el momento de pánico antes de la aparición de la pequeña, antes de decir: —Hola, Olivia. Encantado de conocerte. —Estrechó la mano que le ofrecía con todo el cuidado que fue capaz de reunir, con el miedo de quien no sabe medir su fuerza. Lo último que necesitaba era romperle algo a la nieta de su aliado potencial. En cuanto consideró que el contacto había durado lo suficiente, la soltó y se guardó las manos en los bolsillos al tiempo que, inconscientemente, daba un paso atrás y salía de su rango de agarre, por lo que pudiese pasar. Tras eso, sus ojos buscaron a los de Lapidus, ocultos tras sus gafas redondas; no sabía cómo proceder con aquella niña actuando como obstáculo en su camino.
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Mensaje por Administración 24.02.21 9:34

Detrás de todos los grandes hombres había siempre una gran mujer, decía el refrán. Para Gershwin aquello era totalmente falso, pero quizá Olivia sí que tenía poder sobre el abuelo. Era curioso, pero aquel hombre fuerte al que no podían enternecer las lágrimas de los ciudadanos arruinados económicamente, se deshacía cuando la niña pequeña le llamaba por su nombre. Él era poderoso, pero ella lo era más: porque tenía a su abuelo totalmente en el bote— ¿Pero cuántos años tienes? —preguntó la niña inquieta. Arrugó la nariz cuando el muchacho dio un paso hacia atrás nervioso y se removió en los brazos de Lapidus. Él, cansado de sujetar a Olivia, la dejó con cariño en el suelo. Ella siguió totalmente pegada al dulce abuelo, pero mirando a aquel asustadizo invitado—. ¿Qué haces aquí, te quedas a cenar? ¿Te quedas a jugar?

Lapidus sonrió. Mostró todos sus dientes en una sonrisa sincera, que algún rastro tenía de incómoda. Olivia hacía muchas preguntas. La suerte era que como a toda niña pequeña, las cosas se le solían olvidar rápidamente. Miró hacia abajo y comprobó que la niña le miraba desafiantemente. Era bastante espabilada, a veces de más. Había salido a su hijo Robert, sin duda—. Olivia, no a todo el mundo le gusta jugar —reprochó el abuelo con ternura. Miró de nuevo hacia el pasillo y comprobó que ninguno de los padres buscaba a la pequeña. Ambos supondrían que estaría encantado de pasar el tiempo con ella, y no esperaban más. Sin embargo, tenía ahí un asunto que tratar antes de poder jugar al pilla pilla con la niña—. ¡Robert! ¡Amelia! —gritó fuerte, pero nadie contestó desde el salón—. Olivia, vete con papá y con mamá, luego cenamos.

No le gustó la rapidez con la que su abuelo la despachó. Arrugó la nariz pero hizo caso—. No tardes —ordenó. Sí, aquello de ser marimandona era de su nuera, sin duda. Corrió hacia el salón y desapareció tras la puerta. De nuevo, Adrien y Lapidus se quedaron solos. La seriedad volvió al rostro del hombre que, sin mediar palabra, se dirigió a su despacho. Apenas había que dar diez pasos, estaba junto a la puerta principal por esos motivos: solía recibir gente en casa y no le apetecía que se la recorriesen entera. Encendió la luz del techo con un movimiento de varita y se iluminó una estancia grande y espaciosa. Las paredes estaban rodeadas de estanterías con libros. Al fondo de la habitación había un gran escritorio con una silla grande para Lapidus y otras dos al lado contrario, para los invitados. Detrás del escritorio, presidía la habitación un gran cuadro familiar. En el cuadro estaban pintados Lapidus y Rossylin con Robert, su único hijo. El muchacho era ya un adolescente. No había ni rastro de Sebastian en el dibujo.
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Mensaje por Administración 24.02.21 9:34

Adrien no estaba seguro de si toleraba a los niños. No le causaban aversión, pero tampoco agrado, y desconocía si debía tratarlos como a personas adultas, adecuar su tono a como si fuesen estúpidos o, sencillamente, limitarse a ignorarlos. Hasta ese momento, siempre había optado por la última de las opciones, pero no podía ignorar a la nieta de Lapidus cuando este se la había puesto delante, ¿verdad? Al menos, Adrien era capaz de ejercer un control notable sobre las emociones que se reflejaban en su rostro y mantuvo sus dudas lo más lejos posible, aunque eso no quitaba que se asomasen a sus ojos durante unos instantes mientras se mentalizaba.

—Veintisiete años y un mes —respondió a la cuestión de la niña tras hacer unos cálculos rápidos. Era fácil perder la cuenta cuando no se disponía de reloj ni calendario—. He venido para hablar con tu abuelo de unos asuntos de trabajo, pero será solo un momento, así que no me quedaré mucho por aquí —añadió, no sin antes lanzar una ojeada rápida a Lapidus, por si veía en su expresión que algo de lo que le decía a Olivia era inapropiado. Por suerte, el hombre no tardó en mandar a la niña con sus padres y, aunque a Adrien no le pasó inadvertido el nuevo cambio en la actitud del banquero, él mismo estaba demasiado aliviado como para pensar que el regreso de la seriedad de Lapidus podía ser mala señal.

Lo siguió hasta la habitación que había junto a la entrada y, una vez dentro, contempló la sobria decoración. Sus ojos acabaron en el cuadro que presidía la estancia. «Así que ese es el famoso Robert», pensó mientras estudiaba al muchacho de la imagen. No sabía si estarle agradecido por su participación en lo que Adrien tenía entre manos, porque sin duda hacía más fácil su presencia allí, u odiarlo por ponerle en el aprieto de tener que delatarlo ante su padre. Porque Adrien tenía la corazonada de que Lapidus no había tenido nada que ver con las acciones de su hijo en aquel asunto; las evidencias eran demasiado cantosas como para ser obra del pulcro director de Gringotts.

—De haber sabido que tenía visita, habría dejado este encuentro para otro momento —fue lo primero que dijo, con tono de disculpa, antes de añadir—: Pero no estaría recurriendo a usted si no fuese importante. Una compañera que participó en la reunión —Era innecesario aclarar qué reunión— me pidió ayuda con unos asuntos relacionados con la financiación de cierto equipo de quidditch. Un reportero ha encontrado algunos movimientos en las cuentas… difíciles de explicar, y está dispuesto a sacarlos a la luz. Mi compañera quiere que cortemos el asunto por lo sano, pero he decidido que usted estuviese al tanto porque es un tema donde su experiencia podría ser conveniente. —Al contrario que la de Adrien, que básicamente consistiría en acabar con el maldito reportero—. Y porque hay un nombre relacionado con dichas inversiones que le resultará familiar. Robert Gershwin —indicó, señalando al retrato. Había puesto cuidado en no decir nada demasiado concreto por si alguien estaba escuchando la conversación, pero estaba seguro de que Lapidus habría seguido la explicación sin problemas.
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Mensaje por Administración 24.02.21 9:34

Las visitas como aquellas cada vez eran más normales en la casa de los abuelos Gershwin. Rossilyn y Lapidus se portaban de maravilla con la primera de sus nietos, colmándola de gustos y de regalos. Era obvio y evidente que la niña quería pasar tiempo allí. A su vez, Robert tenía una estrecha relación con su padre, tanto en asuntos económicos como personales, hasta donde podía contarle. Podía decirse que existía una muy buena relación entre ambos, a sabiendas de que el padre sospechaba que su hijo tenía otras maneras de entender la vida y la economía. Le quería. Y aunque sabía por supuesto que toda su herencia, íntegramente, iba a ir para él, tenía mucho más recelo de encomendarle el banco Gringotts tras su jubilación. Nunca había hecho referencia a hacer tal traspaso y de esa manera. La gente lo comentaba como quién entiende que es lo normal, pero el banquero tenía otras intenciones para su sucesión.

Y ahí estaba una de las pruebas que confirmaban su buen ojo y su firme resolución. Dejó que el joven se expresase sin interrumpir con ninguna palabra sus explicaciones. Lapidus no pudo evitar que su mirada se endureciese y su frente se arrugase ante semejantes declaraciones. Robert Gershwin e irregularidades. Corrupción. Parecían dos palabras que podían ir juntas sin problema. Siempre había tenido esa ligera intuición, cuando veía a su hijo hacer trampas al póker o al ajedrez. Le había intentado educar con una moral excelente -bajo su punto de vista, claro-, pero ahí estaba la despreciable información que le daba la razón. Parecía que la educación no lo era todo para hacer bueno a un hombre. Cuando Adrien terminó de hablar, Lapidus dejó un par de segundos amplios entre lo que dijo él y su respuesta. Quería que tuviese tiempo de decir todo lo que sabía. Bajo sus gafas redondas se traslucía una mirada dura e impenetrable, puede que intentando evitar caer en la ira.

En silencio cogió uno de sus bolígrafos (que tenía solo para él, evidentemente nadie más tocaba sus cosas, por higiene y por respeto) y alargó la mano para coger el calendario que tenía en uno de los lados del gran escritorio. Movió hacia atrás las hojas hasta llegar a inicios de 2024. Tragó saliva. Y comenzó a hablar con voz calmada y firme—. La Federación Británica de Quidditch suele pedir patrocinadores entre enero y febrero para el inicio de la temporada en mayo —hablaba en este momento más para sí que para el fugitivo—. Entiendo que estamos hablando de que en diciembre de la temporada del año pasado. Y que la palabra que te falta es comisiones —malditas sean las comisiones, que todo el mundo quería cobrar, y que todo el mundo inflaba—, comisiones cobradas, de más, claro. Si a mi hijo le salió bien la jugada el año pasado, seguro que está preparándola igual para este año. O incluso con más cara. Tengo dos preguntas, Adrien Tynan —todo esto lo había dicho mirando el calendario, sin mirarle ni siquiera. Pero ahora levantó la mirada y le dedicó una expresión fría—. La primera, que tiene que ver conmigo: ¿sale solo el nombre de Robert o aparece el banco Gringotts en algún lado de esa información? —como se hubiese atrevido a firmar en nombre del banco, a Merlín ponía por testigo que su pobre Olivia se quedaba huérfana, y Amelia viuda. El banco era la otra niña de sus ojos, si bien la primera era la nieta—. Y la segunda: ¿Por qué me está contando esto? ¿Qué quieres a cambio?
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Mensaje por Administración 24.02.21 9:34

La reacción de Lapidus se hizo esperar y Adrien lo contempló, sumido en un silencio tenso, mientras pasaba las páginas del calendario, bolígrafo en mano. Asintió cuando el hombre habló al fin, aunque tras unos segundos se dio cuenta de que no lo estaba mirando y repitió su afirmación en voz alta con un conciso «así es». Adrien entendía lo justo del tema para haberse quedado con las ideas principales, pero su educación a nivel económico y de gestión de equipos de quidditch hacía aguas, y tampoco era como si Lucille se hubiese tomado la molestia de explicárselo todo al detalle, por lo que tendría que confiar en que Lapidus rellenara los huecos de sus declaraciones sin su ayuda.

Sostuvo la mirada gélida del director de Gringotts cuando este, por fin, se giró para observarlo. Podía sentir su ira contenida, pero a Adrien no lo alteraba lo más mínimo aquella brutalidad silenciosa; llevaba demasiado tiempo conviviendo con la suya propia como para que lo afectase la de los demás. —Solo aparece el nombre de su hijo —indicó para responder a la primera cuestión de Lapidus. Tras decir eso, se tomó unos instantes para reflexionar sobre la respuesta a la segunda—. Se lo cuento porque, en este asunto, tengo las manos atadas y usted podría ayudarme. Mi compañera busca desacreditar al periodista y evitar que más como él metan sus narices en asuntos que no les convienen, así como solventar los… conflictos económicos que he mencionado. Pero yo puedo hacer poco desde mi posición, y tengo la sensación de que a usted le convendría ayudar a que esta información no salga a la luz —explicó con voz pausada, como si aquello fuese una propuesta sin más y no hubiese ninguna amenaza velada. Lo último que Adrien quería era amenazar a aquel hombre, pero necesitaba que Lapidus entendiera la gravedad de la situación.
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Mensaje por Administración 24.02.21 9:34

Se le quitó un peso de encima cuando Adrien le informó de que la persona implicada era Robert Gershwin y no el banco Gringotts. Alguna vez había tenido la osadía de firmar en nombre del banco -en asuntos más triviales, claro- sin su permiso, y la reprimenda había sido monumental. Tampoco le gustaba que el apellido figurase en papeles en negro, claro, pero era otra cosa. El banco era una entidad, una empresa, y había que mantenerlo lo más impecable posible. Para Lapidus, era incluso un reto mantener su negocio lejos de ideologías políticas. No ayudaban a ganar más dinero, sino que solían perderlo a la larga. A los gobiernos, de cualquiera de los colores, no le interesaba que los bancos perdiesen dinero. No tenía sentido posicionarse en un lado o en otro del espectro político.

— Comprendo —dijo secamente. Al parecer Tynan le pedía ayuda porque estaba implicado en el asunto. No le interesaba saber hasta donde. Movió las hojas del calendario hasta la fecha actual mientras pensaba en cuál iba a ser su próxima respuesta. Parecía que aquel muchacho joven se movía en ambientes altos y estaba implicado en asuntos importantes. Le interesaba que estuviese de su parte, aunque las lealtades fluctuaban más que la Bolsa, y quería agradecerle tal información. Ahora tendría que mandar a ciertas personas investigar las transacciones de la FBQ hasta encontrar el movimiento bancario. No iba a restituirlo -eso les dejaría más en evidencia-, sino que iba a sepultarlo lo máximo posible. Para eso era necesario hablar con su hijo sobre este asunto: por negocios y por orgullo—. Te diré lo que vamos a hacer. Para que entiendas cómo funcionan las cosas: por un lado, mis asesores justificarán con fecha de 2023 esas transacciones y comisiones como con fines benéficos —oh, la típica excusa—. En caso de que este periodista destape el asunto, podremos argumentar que ha sido donado para promover los derechos de los hombres lobo o la igualdad de oportunidades en los estudios mágicos. Me da igual, de eso se encarga mi gente. Por otro lado, investigaremos al periodista, pero no le vamos a dar importancia. Si tienes contacto con el periodista, te chantajea, te exige algo a ti o a tu compañera, actuaréis como si, efectivamente, el asunto no fuese con vosotros. A ojos de la burocracia ese dinero estará justificado, por lo que vosotros actuaréis como si fueseis conscientes y hubiese sido verdad desde el principio. Construiremos nosotros la verdad, y haremos que el resto se la crea.

Dejó tiempo para que él contestase. Lo había explicado con las palabras más sencillas posibles. Quería mostrarle que era así como se solucionaban los asuntos. Con calma, tranquilidad y cabeza. Después de un rato, expresó una duda que le comía por dentro desde hacía un rato—. Te veo con contactos importantes, ¿a qué te dedicas, Adrien? ¿Dónde trabajas?
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Mensaje por Administración 24.02.21 9:34

Adrien no apartó la mirada de Lapidus en ningún momento, a pesar de que sus gestos perfectamente medidos y la frialdad que se había apoderado del hombre en los últimos minutos lo invitaba a agachar la cabeza. El joven fugitivo nunca había contado con una figura paterna y tal vez por eso no entendía muy bien cómo reaccionar ante sensaciones como el respeto que le generaba Gershwin en aquellos momentos. Lo único que tenía más o menos claro era que la diferencia de poder o estatus con el resto del mundo siempre le había resultado irrelevante y que eso no iba a cambiar en aquellos momentos.

Cuando Lapidus volvió a hablar, Adrien se sorprendió comprendiendo sus explicaciones. No lo admitiría, pero le aliviaba que el banquero hubiese empleado un lenguaje más mundano y accesible para que pudiese seguirlo. Se descubrió asintiendo, en parte agradecido, pero también porque veía el sentido detrás de las decisiones que Lapidus estaba tomando sobre la marcha aunque con seguridad apabullante. Se notaba que controlaba aquel tema a la perfección, cosa que a Adrien le suscitó cierta envidia, pues estaba seguro de que, de haber sabido él un poco más sobre economía, podría haberlo solucionado sin ayuda.

—Entendido —declaró cuando Lapidus le concretó la postura que tanto Lucille como él tendrían que tomar ante el periodista. Tendría que decírselo a la muchacha antes de que cometiese algún error garrafal, así que le convenía darse prisa y acudir en su búsqueda. Sin embargo, cuando se disponía a darle las gracias a Lapidus con la intención de irse a terminar de atar los cabos sueltos, el hombre habló de nuevo, dejándolo con la palabra en la boca. Adrien parpadeó un par de veces, en silencio, mientras trataba de decidir cómo abordar su pregunta. Estuvo a punto de hacer una mueca de desagrado, pero la transformó en una sonrisa torcida en el último momento—. Me dedico íntegramente a colaborar con nuestra causa, en cuerpo y alma. —Optó por dejar la explicación así de vaga porque, aunque no le avergonzaba admitirlo, no quería pronunciar la palabra «fugitivo» entre aquellas cuatro paredes. Al fin y al cabo, en la habitación contigua había más personas, y no sabía cómo de agudo sería su oído. Arqueó ambas cejas, confiando en que Lapidus entendiese el gesto, sus palabras y lo que no había llegado a decir.
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Mensaje por Administración 24.02.21 9:35

Otra sonrisa amable nació en su rostro cuando el muchacho se mostró de acuerdo con todas sus palabras. No le quedaba opción. Abrió uno de los cajones de su escritorio y sacó de ella una agenda de cuero marrón. El libro se abrió solo y una pluma voló hasta él. Lapidus dictaba en su mente ciertas palabras que muy diligentemente se escribían sobre el papel. Tendría que quedar y hacer ciertas llamadas para solucionar el asunto, pero ya sería mañana.

— Qué tierno —se burló Lapidus, esta vez sí dejando entrever que le fascinaba la postura juvenil y alocada de Adrien—. Nuestra es una palabra muy amplia. No me desmarco de la causa mortífaga, pero te aseguro que no es bueno llamarla nuestra. Ya entenderás por qué —advirtió enigmático. Cruzó otra penetrante mirada con el joven. Le caía bien, le parecía carne de cañón, pero podría ser moldeado para fines más grandes. La fuerza y los deseos grandes no abundaban. No de esa manera: tan incondicional, tan absoluto. La mayoría de las familias puristas buscaban por debajo fines personales, incluido él. Era legítimo. No muy noble. Pero real. Mas en Tynan la cosa era diferente: podría dar mucho de sí. No tendría ningún pasado al que agarrarse. Le daba hasta pena que una víbora como Pansy Zabini metiese las manos en el muchacho para utilizarlo de instrumento a su merced. Le daría vueltas a la posibilidad de abrirle un poco los ojos. Tenía que hacer una obra buena de vez en cuando

Por otra parte, entendió exactamente qué quería decir el mago con eso de que se dedicaba en cuerpo y alma. No debía de tener empleo. ¿De que se mantendría? ¿Tendría los recursos suficientes? Aquellas dudas eran las que siempre le venían primero a la cabeza: dinero. De la cuenta bancaria de una persona se podían deducir muchas cosas. Mañana, cuando llegase al banco, investigaría más sobre el nombre de Adrien Tynan. Prácticamente todos los ciudadanos de Reino Unido tenían una cuenta abierta en Gringotts o en sus sucursales a lo largo de las islas. Incluso el no tenerla ya le diría cosas.

Unos golpes en la puerta del despacho informaron a ambos de que había alguien que solicitaba entrar. Lapidus cerró su agenda (si era Robert, no quería que viese nada escrito) e invitó a pasar—. Adelante. —Pero nadie entró, sino que siguieron dando golpes, esta vez más fuertes. Entonces Gershwin comprendió de qué se trataba y se levantó de su asiento. Caminó lentamente hasta la puerta mientras se despedía del visitante—. Le agradezco, señor Tynan, su información. Desde ahora le tendré en cuenta como alguien de confianza. Temo no tener su contacto para futuros acontecimientos —llegó a la puerta y agarró el pomo, pero aún no abrió. Una vez más, dieron tres golpes contra la puerta—. Sin embargo, nuestra reunión tiene que terminar aquí. Tengo otros compromisos que atender.

Y por aclaración, abrió la puerta. Tras ella se reveló la figura de la niña de pelo rizado y ojos verdes, sonriente y expectante. Llevaba en sus manos unos folios y unas pinturas de ceras. Lapidus sabía que aún no le alcanzaba la altura para abrir el pomo y que siempre llamaba insistentemente hasta que le abrían. La pequeña extendió la mano hacia Adrien, entregándole su papel—. Te he hecho un dibujo. Con el abuelo, Drien. Y otro a ti, abu, con él.
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Fecha de nacimiento : 03/02/1999
Edad : 25

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Irregularities — Lapidus H. Gershwin Empty Re: Irregularities — Lapidus H. Gershwin

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